Carlos Barbarito
Esto, y no otra cosa, debe ser la vida…
A Albert Camus
Esto, y no otra cosa, debe ser la vida.
Un vino agrio para saciar la sed,
un escaso alevino para poblar ríos y estanques.
Nada más. Por qué, entonces,
su obstinación en hablarnos
de las nupcias del viento con el mar y los ajenjos,
del árbol pequeño y aislado
como la más tierna y frágil de las imágenes,
del desacuerdo que sin embargo ilumina,
del canto de las cigarras
a mitad de camino entre el amor y la miseria.
En qué punto, entonces,
ahora se lo pregunto, la pánica divinidad,
el sólido corazón que se abre a la música,
la noche pura que se bebe,
la pasión que se encamina hacia las lágrimas,
los olores de la tierra y la sal,
el verano adormecido, el sereno o voraz decurso
hacia el pavor, el éxtasis, la ira, las uvas.
***
A la pregunta no responden…
A la pregunta no responden
aquellos que debieran responder
desde el fino apetito,
la conciencia calibrada
a un palmo por encima de la tierra.
Cómo decir blanco
sin quedar desnudo ante desconocidos,
cómo decir negro
sin lastimar lo que apenas admite roce.
En qué lengua hablar.
En qué medida esa lengua
alcanzará oquedades, jorobas, ardores.
Cómo entablar diálogo,
cómo inquirir acerca de pulsaciones
y destellos, la manera
en que el mundo se dispone
para que brote una flor
y en la flor se hagan el color y el perfume.
Hay todavía más. Y más.
Tal vez no alcance para contenerlo
cuanto hay a mano, lo ancho
y profundo, lo advertido
y lo ignorado, cuanto
vibra, fluye, se tensa, sube o se precipita.
A la pregunta, el aire fijo,
la llave de paso bloqueada.
Hacia la luz una polilla,
choca una y otra vez contra la lámpara;
a cada golpe el tiempo
hunde un poco más su aguja,
avanza a través de la carne
hacia el nervio central, la médula.
***
Intraducible, incluso para un demonio…
A Susana Wald y Ludwig Zeller
Intraducible, incluso para un demonio
y más allá del lento agotamiento
de las lámparas, único, permanece.
¿A qué flujo o reflujo,
entonces, encomendarlo
y hacia qué polo sonoro
o con sordina dirigir el magnetismo?
No saber, jamás, si razona
o desvaría, si expresa
una vía de lava, un encuentro de amor,
si anda bajo soles errantes,
bajo la tierra, sonámbulo,
si alcanza la orilla,
si se configura como nube o vértebra,
si habla de yescas,
rayos, traiciones, esquinas,
amparos, intemperies, escudos.
***
Tal vez toda la luz del mundo…
Tal vez toda la luz del mundo
sea sólo el reflejo de un sol entre nubes
contra el cristal oscuro de un cuarto vacío;
quizás el que, en busca de agua,
cava tras la orden del rabdomante
no guarda dentro de sí
más esperanza que aquella que se quita,
pliega su vestido sobre una silla,
y espera cada día la llegada del desconocido
en una casa plantada en el desierto.
¿Y la constante mudanza
de la piel y las plantas,
la hora en que a tientas la beso y la penetro,
el tosco florero vacío
ante la colmada vastedad de la muerte,
el vuelo de la polilla de cuarto en cuarto?
Ahora que la hija del sueño se consume
y un único pájaro canta
desde el borde de una larga rama inclinada,
quema la lágrima y el río
no se convierte en mar ni lo que hablo
en idioma exacto y puro.
***
Bebe agua ajetreada, descompuesta…
Bebe agua ajetreada, descompuesta
y el gusto es como una sensación
de un mal futuro, extenso y enceguecido.
Escucha: un sonido sin húmero
ni sustancia. Acaece un descolorido meteoro
donde debiera haber caos de muslos,
cavidades húmedas a un paso
de la gracia y del abismo.
Sosténganme – pide. Piel
de ofidio, frío
contra el que la vigilia se disemina
en actos repetidos, sin significado;
¿y el sueño? ¿Escena
que aguarda su idioma amplio,
su desnudo? En el centro
de cuanto ocupa la mirada,
un animal huele un poco
y luego, antes de que pueda gritar,
se convierte en aire.
***
Trakl
Antes que yo, en cólera y sangría.
Como yo, un ojo hacia los próximos ramajes
y el otro hacia las remotas estrellas.
Antes que yo, en dolor sin anestésico,
a la luz de lámparas agónicas,
cerca de los caballos, sus cuartillas y antebrazos.
Como yo, ante el entierro del sol,
el negro vuelo de los pájaros,
la hermana en otoño, el purpúreo sueño.
Después que yo, en cuanto pulse,
respire, pernocte, se despliegue como un mapa
o se contraiga como una santa,
en la flor de artificio, en la flor verdadera,
en el abrazo de los amantes,
en los insectos sobre la carroña.
O escritor Carlos Barbarito nasceu em Pergamino, Buenos Aires, Argentina. Dentre outros livros, publicou: Poesía quebrada (Mano de Obra, Buenos Aires, 1984), Caballos y otros poemas (Hojas de Sudestada, La Plata, 1990), El peso de los días (Ediciones Electrónicas Altamira, Buenos Aires, 1995), Puntos de fuga (Colectivo ZonAlta, Toluca, 2002), Cenizas del mediodía (Praxis, México D.F., 2010) e Paracelso (Excodra Editorial, 2013).